Como hemos comentado anteriormente, el teléfono móvil se ha elegido como icono
de la cultura adolescente. Es un instrumento fundamental de comunicación, socialización y
ocio, además de potenciar el sentimiento de pertenencia a un grupo.
En general, los adolescentes han aceptado el móvil como un símbolo de estatus,
aspecto que puede provocar sentimientos negativos en los que no lo tienen y en los que no
reciben tantos mensajes o llamadas.
El primer móvil se convierte en un rito de iniciación a la adolescencia. La
disposición del mismo se incrementa significativamente a partir de los 10 años y la
motivación que suele estar detrás de su compra es la propia tranquilidad de los padres.
El conflicto puede surgir de las reiteradas peticiones por parte del preadolescente
para conseguirlo, pero es responsabilidad de los padres tomar una decisión sobre la edad
que es adecuada para que su hijo lo obtenga. En ocasiones, algunas familias optan por una
solución intermedia y les dejan utilizar uno, aunque no lo tengan en propiedad.
Algunos padres compran a los hijos teléfonos de una gama demasiado alta y lo
reponen enseguida si el menor lo pierde, lo que dificulta que el adolescente se sienta
responsable de su cuidado.
Una mayoría de adolescentes (59%) afirma que sus padres les dan más libertad por
el hecho de poseer un móvil y un 53% dicen que les dejan salir hasta más tarde por el
mismo hecho (Pérez-Díaz y Rodríguez, 2008
Los adolescentes se sienten libres en su uso del móvil. Han ganado en autonomía e
intimidad. El principal condicionamiento que les imponen es que no gasten demasiado y
que no se resienta su rendimiento en los estudios.
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